contes de Sant Jordi

Recopilatorio de todos esos relatos que alguna vez hicimos para participar en concursos de literatura, de toda esa imaginación vertida de bolígrafos escolares, que, al final, de ella y de todo el esfuerzo que supuso plasmarla en folios solamente nos quedaron nudillos pelados y muñecas doloridas. Enviadme vuestras obras (podéis consultar mi perfil).

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miércoles, octubre 18, 2006

Rancheras: capítulo 1

Éste lo escribí en 4º de la ESO, creo, igual que el anterior (no, el de Davidomoff no). Es demasiado rápido y no da tiempo a la tensión, además de que tiene cierto pequeño fallo de guión (un cabo suelto por ahí), pero la longitud de las obras presentadas estaba determinada, y no había más huevos.

Carlos y sus dos mejores amigos, Diego y David, estaban tocando una alegre ranchera, de las que aprendieron de pequeños, en los pasillos del metro, cuando se les acercó una mujer sacada de la película de Casablanca, pero a color. Carlos notó cómo David fallaba las notas con el acordeón.
-Buenos días.
-Buenos días, señorita. ¿Desea algo?
-Sí -empezó la altiva mujer-. Soy Laura Vázquez, y quisiera invitarles a mi casa.
El grupo paró de tocar.
-¿Perdón?
-Les invito a que sean la orquesta de la fiesta que daré la semana próxima en Sarriá. Les pagaré bien si nos deleitan en la ceremonia. Por supuesto, les vestiré adecuadamente. No pueden ir así por mi barrio.
-¿Cuánto?-se adelantó Diego.
-Les daré cerca de... -y le siguió una cifra que los dejó boquiabiertos.
David no despegaba los ojos del vestido rojo de Laura.
-Tengan esto.
Les tendió una tarjeta con su teléfono y dirección.
-Pasen el viernes próximo. El sábado se celebrará la fiesta.
-¿Qué deberemos tocar? -preguntó Carlos.
-Ah, sí. Ya sabe, rancheras de esas mejicanas... A mi padre le gustan mucho -dijo mientras se iba.


-¿Qué piensan ustedes de esa mujer?
-Que es muy atractiva. -Era lo único que pudo apreciar David durante el trayecto a nuestro piso. Vivíamos juntos, y para lo poco que había en nuestro apartamento reinaba el caos.
-Es sospechosa -dedujo al fin Diego-. Si quería una banda mariachi, hay otras especializadas en fiestas.
-Quizá quería impresionarnos. Quiero decir, ver las caras que haremos al llegar a su caserón. Las mujeres ricas siempre alardean.

martes, octubre 10, 2006

LA VICTORIA DE PROMETEO

Aportado por www.damidomof.blogspot.com

Todavía me estremezco cuando recreo en mi mente las escenas de tan encarnizada contienda. De todos modos me sigue llenando de orgullo el recordarla. Fue la única ocasión en mi vida en la que, realmente, percibí a Hares en los ojos de aquel hombre. Y estaba de nuestro lado.
Ese mismo día Helios nos bendijo con un deslumbrante cielo, inmaculado como pocas veces lo habíamos visto. Se podía apreciar perfectamente desde nuestra posición el reflejo de su majestuoso carro sobre el aterciopelado Mar Medi Terraneum, como ellos lo llamaban. Poseidón también fue generoso, y nos brindó un océano sereno, imperturbable. Los dioses no nos hubieran rendido tales honores si no conociesen de antemano el histórico evento que iban a presenciar.
Poco a poco se acercaban los navíos invasores. La fuerza marítima de la República, sin duda, impresionaba. Enormes embarcaciones provistas de centenares de arqueros, dispuestos a entregar su vida por Roma y por Marcelo. Nosotros permanecíamos inmóviles, atentos al movimiento del enemigo. Al fin, los barcos se detuvieron. Tras un corto silencio, empezamos a advertir actividad en el interior de las naves enemigas. Los siracusanos observábamos, quietos. De nuevo, calma.
Entonces empezamos a oír el sonido de los arcos tensándose. Dispararon una primera ráfaga, pero supimos cubrirnos a tiempo. No hubo prácticamente heridos. En aquel momento, apareció entre nuestras filas un hombre de expresión despreocupada, aunque profunda y decidida. Tras una señal, surgieron de las murallas unos grandes aparatos, complejos en apariencia. Por lo que pudimos ver los que no sabíamos de su existencia, también eran tremendamente eficaces. Inmensos bloques de piedra se precipitaban contra los barcos del enemigo. Sorprendidos, observábamos además cómo unos enormes mecanismos elevaban las naves y las arrojaban contra las aguzadas rocas de las murallas. Otros ingeniosos artilugios arremetían contra esas mismas naves desde el muro y las hundían dejando caer enormes pesos. Los desmoralizados romanos no imaginaban el final que les esperaba. "¡Traed las lentes!", ordenó el sabio. Y entonces asomaron cincuenta enormes espejos cóncavos. Vimos maravillados cómo, mediante el simple reflejo del sol, consiguió hacer brotar encrespadas llamas de los agónicos bajeles enemigos.
El maestro Arquímedes volvió por donde vino, absorto en algún problema geométrico, entre los gritos de euforia de nuestros compatriotas y los lamentos de los romanos que se echaban al agua para salvar sus vidas. Ese día, vencimos.

domingo, octubre 01, 2006

CAPÍTOL SISÈ

-No eres a l'Àfrica?
Va ser la seva muller qui va contestar per ell.
-L'Antoni i jo ens vam conèixer en una missió a l'Àfrica, ens vam casar i vam muntar una fundació contra la pobresa i la enfermetat amb el suport econòmic d'un milionari suís.
-Jo em vaig fer molt amic seu- seguia l'Antoni, amb la mateixa expressió absent de reobrir ferides tancades-. Tot anava sobre rodes, però el van multar fa sis mesos per l'assumpte dels oasis, i la Marta i jo -així es deia la seva dona, immortalitzada al rellotge- vam haver de tornar amb les mans buides, deixant enrere amics i quasi ben bé familiars. Vam intentar fer circular rumors d'un home congelat, però res. Encara es discuteix que s'en farà de les accions de la fundació, del meu amic i de la nostra esperança: la codicia humana ho ha esguerrat tot.
No és curiós que digués allò? L'Antoni, que un cop havia sigut optimista, somiador i tossut es deixava endur per la melancolia, acompanyat per la Marta, que seguia enamorada d'ell com el primer dia. Els dos apagaven la set de la seva generositat amb un menjador social, però ni de bon tros com per ser feliços.
En aquell moment, amb el seu rellotge de paret tocant mitjanit, vaig fer un pas endavant i vaig anunciar amb veu ferma:
-Jo ho faré. Jo salvaré al vostre amic i la vostra fundació de la misèria, salvaré el país que un cop va ésser casa meva i salvaré les esperances de un món millor: em congelaré dins l'oasi.
A ella se li va escapar una llàgrima, i a ell se li va il·luminar el rostre. En un obrir i tancar d'ulls, em va agafar del braç i em va guiar per unes escales fins al pis superior, on hi havia una sala amb llençols que tapaven mobles, electrodomèstics, o el que continguessin. En va destapar un. El que semblava una d'aquelles dutxes a pressió modernes en forma de cilindre va comparèixer davant nostre.
-Estàs segur que ho vols fer?- havien estat guardant-ho amb l'esperança d'un messies salvador que els ajudés.
-Sí. Però puc fer-vos una petició?
-És clar.
-Quan em congeleu al desert, que sigui pel matí, i poseu-me cara al Sol.

Amb els pocs diners estalviats que tenien, vam anar al Sàhara, a un estudi científic antigament freqüentat per ells. Em van posar dins la màquina, degudament despullat, mirant al Sol naixent.
Poc abans de congelar-me, la Marta em va preguntar melancoliosament a través del cristall:
-Hi tens família, aquí, a l'Àfrica?
Vaig somriure.
Veia el Sol que em marcaria una nova vida digna i plena de profit dins el glaç, que un cop fos, seria font de les esperances d'un poble pobre en diners, però ric en saviesa i cultura.