rancheras: capítulo 4
-¿Te puedo tutear?
-¿Eh? Sí, sí... Claro.
-Pues bien. El hombre que usted ha visto se llama Duncan. Es un criminal a sueldo. Ladrón, matón, asesino, y más categorías de las que se puedan estudiar en Criminalismo. Lo hace todo a la perfección. Se vende al mejor postor, que en esta ciudad son muchos. Sé todos sus trapicheos con la alta sociedad. Te habrás fijado en lo pequeña que era mi fiesta - ''¿¡pequeña?!'' pensó Carlos. -Pues bien, no he invitado a quienes solicitan sus servicios. Pueden ser peligrosos.
Bebió coca cola.
-Le mandé un trabajo para mí. Robar en mi propia casa. Mi padre lleva parte de un mercado negro de cocaína. Dentro de la guitarra que a usted le dí, había bolsas de la droga, pegadas a las paredes interiores. Por desgracia, mi padre sufre de alzheimer, y cree que se ha hecho rico honestamente. No recuerda ningún asunto fuera de la ley. Por eso la última carga de cocaína decidí que la vendiera Duncan a nuestro habitual, pero está claro que está sobrevalorado y se ha equivocado: ha robado la suya. Le pedí que robara sólo la guitarra con la cocaína dentro, pero creí que no era trigo limpio y tomé precauciones.
Si Duncan no vendía la guitarra y me pasaba el dinero de la venta tal y como habíamos quedado, y la entregaba, pongamos por caso, a la policía, chivándose de mi padre, le caía la perpetua, pobrecillo.
-Pero a Duncan también. No puede entrar en una comisaria y decir ''¡Hola! Traigo un cargamento de cocaína, ¿dónde lo dejo?''. Sospecharían.
-No te das cuenta del poder de ese hombre. El jefe de policía es cliente suyo, y lo usa con frecuencia, la verdad. Elimina a todos los criminales que le son molestos, aparentando ''una pelea entre bandas callejeras'', como dicen los periódicos.
Una vez cerrado el trato, os llamé a vosotros por si acaso. Me ibais a servir para salvar a mi padre.
-No entiendo.
-Sí. Duncan tenía que venir a las doce a mi casa, entrando por la terraza, que procuré dejársela vacía de sirvientes. Por ella se puede entrar al trastero o a la habitación de mi padre. La guitarra que debía robar estaba en tal trastero. Tu grupo y tú llegabais dos horas antes, te dábamos la guitarra de la cocaína, la manchabas con tus huellas dactilares desde las diez y media, y a las once y media, te la quitábamos y la devolvíamos al desván, donde media hora después Duncan se la llevaba. Así, si intentaba delatar a mi padre, sería usted a por quien iría la policía.
De repente, la mujer que minutos antes había llorado como una niña, le parecía a Carlos un criadero de problemas y malas intenciones, por mucho que quisiera ayudar a su padre. Le parecía obvio que había fingido para mostrarse frágil.
-¿Eh? Sí, sí... Claro.
-Pues bien. El hombre que usted ha visto se llama Duncan. Es un criminal a sueldo. Ladrón, matón, asesino, y más categorías de las que se puedan estudiar en Criminalismo. Lo hace todo a la perfección. Se vende al mejor postor, que en esta ciudad son muchos. Sé todos sus trapicheos con la alta sociedad. Te habrás fijado en lo pequeña que era mi fiesta - ''¿¡pequeña?!'' pensó Carlos. -Pues bien, no he invitado a quienes solicitan sus servicios. Pueden ser peligrosos.
Bebió coca cola.
-Le mandé un trabajo para mí. Robar en mi propia casa. Mi padre lleva parte de un mercado negro de cocaína. Dentro de la guitarra que a usted le dí, había bolsas de la droga, pegadas a las paredes interiores. Por desgracia, mi padre sufre de alzheimer, y cree que se ha hecho rico honestamente. No recuerda ningún asunto fuera de la ley. Por eso la última carga de cocaína decidí que la vendiera Duncan a nuestro habitual, pero está claro que está sobrevalorado y se ha equivocado: ha robado la suya. Le pedí que robara sólo la guitarra con la cocaína dentro, pero creí que no era trigo limpio y tomé precauciones.
Si Duncan no vendía la guitarra y me pasaba el dinero de la venta tal y como habíamos quedado, y la entregaba, pongamos por caso, a la policía, chivándose de mi padre, le caía la perpetua, pobrecillo.
-Pero a Duncan también. No puede entrar en una comisaria y decir ''¡Hola! Traigo un cargamento de cocaína, ¿dónde lo dejo?''. Sospecharían.
-No te das cuenta del poder de ese hombre. El jefe de policía es cliente suyo, y lo usa con frecuencia, la verdad. Elimina a todos los criminales que le son molestos, aparentando ''una pelea entre bandas callejeras'', como dicen los periódicos.
Una vez cerrado el trato, os llamé a vosotros por si acaso. Me ibais a servir para salvar a mi padre.
-No entiendo.
-Sí. Duncan tenía que venir a las doce a mi casa, entrando por la terraza, que procuré dejársela vacía de sirvientes. Por ella se puede entrar al trastero o a la habitación de mi padre. La guitarra que debía robar estaba en tal trastero. Tu grupo y tú llegabais dos horas antes, te dábamos la guitarra de la cocaína, la manchabas con tus huellas dactilares desde las diez y media, y a las once y media, te la quitábamos y la devolvíamos al desván, donde media hora después Duncan se la llevaba. Así, si intentaba delatar a mi padre, sería usted a por quien iría la policía.
De repente, la mujer que minutos antes había llorado como una niña, le parecía a Carlos un criadero de problemas y malas intenciones, por mucho que quisiera ayudar a su padre. Le parecía obvio que había fingido para mostrarse frágil.