contes de Sant Jordi

Recopilatorio de todos esos relatos que alguna vez hicimos para participar en concursos de literatura, de toda esa imaginación vertida de bolígrafos escolares, que, al final, de ella y de todo el esfuerzo que supuso plasmarla en folios solamente nos quedaron nudillos pelados y muñecas doloridas. Enviadme vuestras obras (podéis consultar mi perfil).

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miércoles, mayo 23, 2007

rancheras: capítulo 4

-¿Te puedo tutear?
-¿Eh? Sí, sí... Claro.
-Pues bien. El hombre que usted ha visto se llama Duncan. Es un criminal a sueldo. Ladrón, matón, asesino, y más categorías de las que se puedan estudiar en Criminalismo. Lo hace todo a la perfección. Se vende al mejor postor, que en esta ciudad son muchos. Sé todos sus trapicheos con la alta sociedad. Te habrás fijado en lo pequeña que era mi fiesta - ''¿¡pequeña?!'' pensó Carlos. -Pues bien, no he invitado a quienes solicitan sus servicios. Pueden ser peligrosos.
Bebió coca cola.
-Le mandé un trabajo para mí. Robar en mi propia casa. Mi padre lleva parte de un mercado negro de cocaína. Dentro de la guitarra que a usted le dí, había bolsas de la droga, pegadas a las paredes interiores. Por desgracia, mi padre sufre de alzheimer, y cree que se ha hecho rico honestamente. No recuerda ningún asunto fuera de la ley. Por eso la última carga de cocaína decidí que la vendiera Duncan a nuestro habitual, pero está claro que está sobrevalorado y se ha equivocado: ha robado la suya. Le pedí que robara sólo la guitarra con la cocaína dentro, pero creí que no era trigo limpio y tomé precauciones.
Si Duncan no vendía la guitarra y me pasaba el dinero de la venta tal y como habíamos quedado, y la entregaba, pongamos por caso, a la policía, chivándose de mi padre, le caía la perpetua, pobrecillo.
-Pero a Duncan también. No puede entrar en una comisaria y decir ''¡Hola! Traigo un cargamento de cocaína, ¿dónde lo dejo?''. Sospecharían.
-No te das cuenta del poder de ese hombre. El jefe de policía es cliente suyo, y lo usa con frecuencia, la verdad. Elimina a todos los criminales que le son molestos, aparentando ''una pelea entre bandas callejeras'', como dicen los periódicos.
Una vez cerrado el trato, os llamé a vosotros por si acaso. Me ibais a servir para salvar a mi padre.
-No entiendo.
-Sí. Duncan tenía que venir a las doce a mi casa, entrando por la terraza, que procuré dejársela vacía de sirvientes. Por ella se puede entrar al trastero o a la habitación de mi padre. La guitarra que debía robar estaba en tal trastero. Tu grupo y tú llegabais dos horas antes, te dábamos la guitarra de la cocaína, la manchabas con tus huellas dactilares desde las diez y media, y a las once y media, te la quitábamos y la devolvíamos al desván, donde media hora después Duncan se la llevaba. Así, si intentaba delatar a mi padre, sería usted a por quien iría la policía.
De repente, la mujer que minutos antes había llorado como una niña, le parecía a Carlos un criadero de problemas y malas intenciones, por mucho que quisiera ayudar a su padre. Le parecía obvio que había fingido para mostrarse frágil.