contes de Sant Jordi

Recopilatorio de todos esos relatos que alguna vez hicimos para participar en concursos de literatura, de toda esa imaginación vertida de bolígrafos escolares, que, al final, de ella y de todo el esfuerzo que supuso plasmarla en folios solamente nos quedaron nudillos pelados y muñecas doloridas. Enviadme vuestras obras (podéis consultar mi perfil).

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miércoles, febrero 14, 2007

rancheras: capítulo 2

El viernes se colaron en el metro, y siguieron la dirección de la tarjeta, que parecía hecha con ordenador por cualquiera, de papel barato y sin nombre. Una inmensa casa se mostraba ante ellos.
Picaron al portero electrónico. Al otro lado contestó Laura: ''Pasad'', y las enormes verjas se abrieron. Llegaron a la puerta donde Laura les dejó pasar.
-De acuerdo. Ustedes se pondrán esta ropa, y tocarán encima de esa tarima. ¿Han traído los instrumentos? ¿No? Tráiganlos mañana. Les quiero aquí a las diez en punto. Y cuando lleguen, no hablen con nadie. ¿Entendido?
La mujer les estaba dando un cursillo de cómo ejercer un alto cargo militar. A parecer por su tono de mandato, estaba acostumbrada a que la obedecieran.
-Y ahora váyanse. Hasta mañana.
Portazo.
-Bueno, ya han oído a la señorita... Será mejor que nos vayamos.


Al día siguiente volvieron mudados a Sarriá.
-Pasen, pasen. Queda media hora para que vengan los invitados. ¿Con qué piezas nos van a deleitar?
-Emm... Habíamos pensado en rancheras -se burló Carlos.
-Espléndida idea. A mi padre le gustan, ¿lo sabían?
-Las rancheras gustan a todo el mundo.
Por algún motivo, Laura estaba bastante distraída. Poco a poco fueron llegando invitados de los rincones más adinerados de Barcelona, aunque no conocieran a ninguno. Cogieron una silla cada uno e hicieron de estatua. Sonaron las diez y media.
La sala se acabó llenando. La gente esperaba pacientemente las palabras del padre de Laura, para comerse de una vez los canapés de caviar y ahogarse en el ponche. Un sirviente de la casa se acercó al grupo y arrancó la guitarra de las manos de Carlos. ''Ahora le traemos una mejor''. Al rato volvió con otra guitarra más nueva, pero más mala. Estaba claro que aquella gente nacida en la cuna de la riqueza no tenía ni idea de música. Además, le sería más difícil de tocarla, pues su guitarra tenía una grieta entre los trastes con la que se guiaba por el tacto. Aún así no quiso quejarse; tal y como se le había ordenado, sería mejor que no hablara con nadie.
Empezaron a tocar, pero nadie les escuchaba, todos hablaban de negocios o del paseo que se dieron la semana pasada en su yate. Ni siquiera el padre de Laura parecía haberles advertido.
-Allá en el rancho grande...-entonaba cohibido Carlos, cuando hubo un apagón. Las mujeres soltaron un breve grito, precedido de unos segundos de expectación. El anfitrión de la fiesta subió a una silla y calmó a la multitud con su voz, que parecía un arrullo para amansar a las bestias. A Carlos le pareció el momento idóneo para reclamar su guitarra. Dejó la nueva apoyada en una esquina, y fue en dirección a la cocina, donde había ido el sirviente. Lo buscó por todos lados pero la cocina estaba desierta. Todos los cocineros estaban en el salón sirviendo cava a los invitados. La cocina tenía un ventanal en forma de campana extractora que daba al exterior, por donde escapaban los malos olores, humo, e incluso un hombre de mediano tamaño podía desaparecer por ella con relativa facilidad, como estaba sucediendo. Un individuo vestido con gabardina oscura y pelo largo y negro, con una guitarra al hombro, se estaba dando a la fuga.