contes de Sant Jordi

Recopilatorio de todos esos relatos que alguna vez hicimos para participar en concursos de literatura, de toda esa imaginación vertida de bolígrafos escolares, que, al final, de ella y de todo el esfuerzo que supuso plasmarla en folios solamente nos quedaron nudillos pelados y muñecas doloridas. Enviadme vuestras obras (podéis consultar mi perfil).

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miércoles, septiembre 19, 2007

rancheras: capítulo 6

A los dos días, Duncan, con su interminable gabardina negra, entró en una tienda de guitarras.
-¿Lo tienes todo descifrado?-preguntó al vendedor, un treintañero.
-Sí. Te lo mandaré cuando llegues a Itàlia. Ya sabes, por seguridad.
-Entendido. No me falles. Te pagaré desde allí la otra mitad. ¿Le has puesto las cuerdas a la guitarra?
-También, aunque no entiendo para qué las quieres, son demasiado gruesas... Voy a buscarla.
Fue a una sala contigua, y en breves instantes volvió con la guitarra de Carlos en las manos.
-Verás, querido amigo, las quiero por seguridad, ya sabes.


Pasó lo que quedaba de semana.
-¿Se te ha ocurrido algo?-dijo al fin Laura, en la estación de metro de Sarriá.
-No exactamente. Se me ocurre que he de devolverte los trajes de la fiesta, que con tanto lío se nos olvidó. Los tengo en casa.
-¿Me estás invitando?
-No veo porqué no -bromeó él.

Llegaron a Anglesola. Andaron hasta la puerta del apartamento.
-No te asustes si lo ves muy desordenado-avisó Carlos.
-Tranquilo, me he codeado con gente peor que tú y que Duncan.
Abrió la puerta. Reinaba el caos, pero no un caos cualquiera, uno causado a propósito. Laura profirió un taco.
-Cuando hablabas de desorden no creí que te refirieras a eso.
Se calló al ver la expresión de Carlos. Éste entró de puntillas, observando cada recoveco antes de dar un paso. Todo estaba patas abajo, tirado por los suelos o roto. Se notaba una atmósfera densa.
-Por aquí ha pasado Duncan. Estaría buscando la guitarra.
El silencio sepulcral que precedió la frase crispaba los nervios.
-Habrá pasado por aquí hará unas horas... o menos. David se fue a la tienda antes que yo, y Diego, si se ha levantado temprano, estará tocando en el metro.
-¿Y si se ha levantado tarde?
Las peores sospechas pasaron en décimas por la mente de ambos. A Carlos se le aceleró el pulso, contuvo la respiración y corrió rápidamente hacia el dormitorio. Allí estaba tendido Diego, con la cara roja y la boca abierta, mirando al vacío. A su lado, Duncan.
-¡Duncan! -exclamó Laura.
A Carlos le hervía la sangre venas. Se habían atrevido a matar a su mejor amigo. No lo perdonaría fácilmente.
-Os esperaba.
Su voz sonaba burleta y sus ojos destellaban con luz propia. Sacó una pistola de la gabardina y les apuntó.
-Tú... -empezó Carlos -has matado a Diego.
Tenía los puños cerrados y la rabia contenida, mirando al suelo.
-Lo pagarás caro.
-¿Diego? Bonito nombre.
Laura dio un paso adelante.
-¡Joder, siempre complicas las cosas! Habíamos quedado en no matar a nadie. ¿Por qué me haces esto?
-Lo siento, mi amor, pero José estaba complicando las cosas.
-¿José, Laura, Duncan? ¿¿¿ Mi amor??? ¡¿Qué es lo que sucede?!
-Cállate, imbécil. -Duncan apuntó solamente a él. Estaban a unos tres metros. -Tu amigo no se llama Diego, se llama José. En Méjico tenía asuntos con la mafia del país. Le estaban a punto de coger, así que tuvo que venir a España. Abandonó allí a sus padres. Eran unos fracasados que vivían en Méjico DF sin llegar a fin de mes. José se tenía asuntos bastante feos con los que mantenerlos. Cuando vino aquí, se hizo el recadero de la mafia de Barcelona. Ya sabes, lleva esto allí, dile esto a aquél...
Se hacían encargos a ciegas: sin verlo, siempre con contacto telefónico. Nunca decía su nombre, era un peón. Sólo yo sabía quien era. Nosotros le prometíamos que enviaríamos dinero a su familia.
Laura se alejó unos pasos de Carlos y se puso junto a Duncan. Sacó una pistola de las medias y apuntó al desorientado mejicano.